Los Dientes de Waterloo
Junto a los sueños de dominio de Napoleón, el 18 de julio de 1815, mueren en la batalla de Waterloo unos 60.000 soldados franceses más 55.000 aliados que incluían soldados ingleses, holandeses y prusianos. Tal cantidad de cadáveres tendidos en los campos de Waterloo, una población de Bélgica situada a unos veinte kilómetros de Bruselas, fue un botín muy atractivo para los saqueadores. Las tropas sobrevivientes, algunos lugareños y oportunistas llegados de otras localidades, pinzas en mano, buscaban piezas dentales para arrancar de las bocas de los recientemente fallecidos soldados cuyos cuerpos yacían en el campo.
La razón del interés en los dientes humanos era que, en esa época, se usaban para la construcción de dentaduras postizas. En 1815 la odontología era una especialidad médica incipiente entonces barberos, joyeros, químicos, e incluso herreros incursionaban en la actividad dental. En aquel tiempo la base de las dentaduras protésicas era de marfil y se le insertaban dientes humanos.
La demanda de dientes crecía sin parar ya que al no existir tratamientos dentales las piezas que molestaban a los pacientes se arrancaban sin piedad. Era difícil encontrar donantes vivos que vendieran sus dientes. Otra opción era comprar piezas a los saqueadores de tumbas, pero era un abastecimiento limitado. Una dentadura completa, a principios del 1800, podía costar más de 150 libras. Si no tenían dientes humanos eran más baratas, pero aun así inaccesibles para la mayoría de la población.
A pesar del alto precio lo más probable es que no duraran mucho, ya que se colocaban en bocas poco saludables. Eran dentaduras ingeniosas para la época, pero probablemente incómodas para usarlas y comer con ellas, así como propensas a caerse con facilidad.
En el Reino Unido encontraron una solución al problema: reparar las dentaduras con las piezas extraídas a los soldados muertos en la batalla de Waterloo. Tal fue la cantidad de piezas adquiridas, que muchos dentistas continuaron comprándolas hasta 1851.